Igualmente debemos recordar que en estos momentos la calidad de las películas no recaía en los efectos visuales tal y como ocurre hoy día –hay que reconocer que si películas como Avatar son consideradas buenas es porque los efectos casi superan al guión, distrayendo a los espectadores con los colores para que no se fijen en la penosa historia de la película- ni en una dirección atrevida con planos imposibles, sino en la calidad del guión y en el trabajo de los intérpretes. En “El puente de Waterloo” ambas sobresalen, la historia es dura pero bella y de gran simplicidad, muy emocional y las interpretaciones tanto de Robert Taylor como de Vivien Leigh son magníficas, entre ambos hay bastante química y hacen su historia de amor más real.
Retomando lo dicho, es posible que El puente de Waterloo no sea una película tan recordada ni tan mencionada como Lo que el viento se llevó o Casablanca, pero bien merece un reconocimiento pues, para mí, ésta supuso una consolidación de Vivien como actriz demostrando que su carrera no sería una carrera de un único papel, y porque supone una demostración de que las grandes historias no necesitan de grandes medios para ser contadas.